Tengo a la vecina treintañera de la terraza muy enfadada conmigo… Mi vecina tiene vozarrón poligonero, gafas amarillas y el cuero cabelludo rapado por un costado. En topless mi vecina ostenta varios tatuajes y cierta acumulación de grasa cervecera en las caderas.
A causa de mi mala educación proverbial, parece que después de pasarme un domingo de 10 de la mañana a 10 de la noche oyendo en su potente aparato de música una amplia selección del flamenco-pop más actual, me he asomado y he puesto mala cara… imperdonable falta de ‘buen rollito’ por mi parte. Pero desde ahora, con tolerancia, procuraré estar fuera de mi casa los domingos, para no estorbar el pleno ejercicio de su libertad.
Parece que para ella lo inicial es: «Qué quiero yo?» y a partir de ahí: «¿Cómo puedo lograrlo a pesar de lo colectivo, intentando forzar siempre un poquito su funcionamiento?» Cualquier limitación que le llegue del entorno ella la vive como agresión y la combate con uñas y dientes (cargada de razón y atrincherada en sus ‘derechos’). Cuando mi vecina logra imponer su deseo en algún área del entorno, se pone contenta y siente su libertad más realizada y triunfante.
Me gustaría contraponer este otro enfoque, que podría llamar comunitario:
La primera consideración sería: «¿Cuál es la situación general, cómo funciona este contexto?» Esto requiere al menos una tentativa de objetividad. Y a partir de ahí: «Dentro de este entorno, ¿qué acción será la mejor a la vez para bien del conjunto y de mi objetivo o necesidad?»»
En fin…, al menos espero que mi vecina ponga en lo sucesivo una música más relajante para los domingos calurosos, tipo Café del Mar, por poner un ejemplo; en lugar de cebarse con la Cadena Dial.