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Hoy vamos a lanzar desde aquí la idea de una nueva startup para todos esos jóvenes emprendedores hispanos en busca de una idea de negocio brillante. Y ésta, si no se ha puesto ya en práctica, podría dar sin duda beneficios millonarios. La idea: el catering colaborativo. El mercado potencial es enorme: miles y miles de personas que cada día han de comer platos congelados, comida basura… Trabajadores que en oficinas, obras y centros de trabajo se alimentan a base bocadillos, de tuppers incómodos y recalentados. U otros cuya única opción es consumir en tascas próximas caros e insanos platos combinados o menús del día… Mientras, en esos mismos barrios, hay cientos o miles de personas con buenas habilidades culinarias que se hallan en paro, quizá con hijos o mayores a su cargo. Con dificultades económicas, en definitiva; y teniendo tiempo disponible así como sus habilidades gastronómicas infrautilizadas.

Y aquí entraría nuestra nueva startup de la economía colaborativa (que, más gráficamente, en inglés se denomina gig economy, literalmente economía de la ñapa, o de la chapuza): con una moderna app para móvil, mediante geolocalización, se ubicarían ‘cocineros’ cercanos a los domicilios o lugares de trabajo de los ‘comensales’. Y así miles de personas mejorarían su alimentación con comida casera a precios muy asequibles; a la vez que numerosos parados saldrían de sus apuros económicos, poniendo sus habilidades personales a disposición de la gente de manera directa, sin la intervención de empresarios hosteleros que, grandes o pequeños, son todos ellos explotadores del trabajador.

Economía colaborativa

Por supuesto que, gracias a esas mágicas apps que todos tenemos en nuestros smartphones, lo mismo podría hacerse en cuanto al transporte, la vivienda, el reparto a domicilio y tantos otros campos. Un sistema de intercambio de servicios entre particulares, horizontal y sin jefes. Otro mundo es posible.

Pero hagamos ahora un poco de abogados del diablo, volviendo a nuestro colaborativo cocinero o cocinera, felizmente empleado por la exitosa startup. Vamos a pensar un poquito más en su situación: para empezar será imprescindible que contribuya a lo público con sus impuestos, e igualmente tendrá que pagarse la cuota de autónomos si quiere cotizar para su pensión de jubilación. Esto podría mermar muy sustancialmente sus ingresos, ¿o quizá para mantener el nivel de ganancia pasará a la ilegalidad de la economía sumergida? Esta es la primera cuestión, y no de poca importancia.

Economía colaborativa y protección social

Y yendo más allá: ¿quién y cuánto pagará a nuestro cocinero colaborativo cuando decida tomarse unas vacaciones? ¿Quién defenderá a esa persona de la arbitrariedad de la empresa o del mercado mismo, si los precios de la comida caen, si las condiciones empeoran o si el tiempo de trabajo se hace abusivo? ¿O quién le compensará si se le estropea la nevera o la cocina? ¿En caso de que la empresa quiebre y quede en paro, podrá aspirar a algún tipo de subsidio? Y no olvidemos las necesidades del cliente: ¿quién podrá certificar que los alimentos que consume son de calidad y que no causarán perjuicio a su salud?

Ampliando el foco, podemos visualizar ya en nuestras ciudades a una multitud creciente de trabajadores ‘colaborativos’: repartidores, hosteleros, taxistas, y quién sabe qué más… todos falsos autónomos que realizan una tarea profesional igual que la de sus colegas ‘no colaborativos’, solo que en una situación totalmente precaria, sin vacaciones, sin bajas o subsidios, pagándose sus propias herramientas de trabajo, sin la menor protección en lo tocante a sus condiciones laborales. Dejo aparte el tema de los alquileres turísticos, que, a todo lo anterior une en muchos casos el deterioro del tejido ciudadano de barrios enteros, como bien ha explicado el profesor Vicenç Navarro en este texto.

No nos dejemos engañar por el anzuelo de unos precios más bajos: esa rebaja es a costa de las malas condiciones laborales del trabajador. Y no olvidemos que esas condiciones rápidamente nos alcanzarán a nosotros, pues al hacerse habituales o asumidas por la ciudadanía, se generalizan y extienden con rapidez.

El peligro es claro: bajo la novedad tecnológica, la inmediatez y los precios bajos, se oculta un retroceso en los derechos laborales y en las condiciones de trabajo. El riesgo de un retorno al capitalismo salvaje; pero ahora disfrazado con un aire cool y a la moda. No hay que hacer mucho caso a los que (como este señor del MIT el otro día en El País) nos distraen con la melopea de que se trata de cambios tecnológicos inevitables, la propia marcha de la historia a la que no debemos resistirnos.

Por supuesto que las apps desbancarán al simple teléfono para coordinar servicios, por ser una tecnología más moderna; y claro que las relaciones económicas horizontales pueden tener sus ventajas…, pero sin que nada de ello deba suponer una merma en los derechos laborales del trabajador. ¿Que alguien realiza un trabajo de taxista? Poco importa si es a través de una aplicación del móvil, por radio o esperando en la puerta de un hotel. Ha de tener las mismas garantías (y obligaciones) que cualquier otro taxista. Y lo mismo para los repartidores y los demás ámbitos económicos. ¿Resulta que la normativa existente en determinado sector es demasiado rígida? Pues quizá sea el momento de introducir regulaciones más racionales y modernas; pero al fin esas reglas han de afectar por igual a los ‘colaborativos’ y a todos los demás.

No vendamos nuestro nivel de exigencia en el terreno laboral a cambio de la comodidad técnica o de unos euros de rebaja. Si lo hacemos, pronto viviremos una devaluación de nuestra propia fuerza laboral y una bajada de nuestro nivel de vida.

 

(Este artículo apareció originalmente en diario16.com, en este enlace)

 

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