La época posmoderna en la que vivimos se caracteriza por el paulatino desprestigio de las grandes palabras y conceptos que, al menos tentativamente, habían actuado como criterios generales de actuación del ser humano: Bien/Mal, Justo/Injusto, Verdad/Mentira, y otras. Estos criterios eran o podían ser un freno a determinadas acciones individuales; ya que la sociedad (y ello se inculcaba al individuo) tenía la idea de que determinadas acciones (robar, mentir…) eran ‘malas’, dificultando, al menos parcialmente, la realización de dichas acciones libremente por parte del individuo.
Desde el Renacimiento hasta ahora se ha vivido una larga lucha por liberar al individuo de esas trabas, de esos dualismos aceptados por la mayoría, y que procedían bien de la verdad revelada, bien de la verdad racional, científica. Vinieran de una fuente o de otra, se ha dedicado un gran esfuerzo para criticar y negar todo fundamento (primero filosóficamente y paulatinamente en la mentalidad general) a esas grandes ideas: Bien, Justicia, Verdad…; eliminándolas como guía colectiva para una acción ‘correcta’, y ello en beneficio de lo que el individuo pueda considerar en cada momento adecuado para sus propios fines particulares.
Este proceso filosófico y de mentalidad ha ido en paralelo, como es lógico, con el desarrollo de un sistema económico acorde con él. Sistema de libre empresa y de libre comercio, basado en la reducción al mínimo de toda regulación colectiva, y centrado en el individuo: el deseo particular (campo de la publicidad y de la propaganda), el lucro personal, la interpretación individual de las verdades, etc. Este sistema (al igual que el sistema de organización política creado para facilitar su desarrollo) no puede admitir limitaciones en términos de Justo/Injusto, Bueno/Malo, Verdadero/Falso, ya que estos criterios de actuación pueden interferir (y frecuentemente lo hacen) con la libertad de comercio, el lucro, etc. (Basta imaginar la catástrofe en la publicidad y en la comunicación política si la Verdad/Mentira fuera un criterio fuerte y respetado…)
Posverdad
En este largo proceso de desprestigio de los grandes conceptos de la humanidad, el caso particular de la Verdad/Mentira (núcleo duro de la intersubjetividad), vemos que está llegando en nuestros días a su culminación (gracias al concurso de poderosas herramientas como internet y las redes sociales), al haberse alcanzado ya el estado de posverdad (es decir, aquel estadio en que ya es cosa del pasado (e irrelevante) que algo pueda ser determinado como verdadero o falso).
En este estadio el individuo rechaza recurrir a fuentes antes prestigiosas, como la ciencia, los datos, la razón, la estadística, los libros, etc…, para acceder a la verdad. Sino que él mismo, basándose solo en su criterio, en su sentir íntimo, en sus creencias, puede sostener su propia verdad personal (es ‘mi verdad’). La revelación, la razón, la ciencia…; ninguna de esas instancias tiene ya fuerza de convicción, una vez se les ha socavado a todas el fundamento, el prestigio y el valor.
Así pues, cada cual puede sustanciar su verdad (la verdad en la que cree y/o aquella que contribuye a sus fines) aportando cualesquiera datos alternativos como prueba, y no hay ninguna entidad social o intelectual de rango superior que pueda imponerse sobre su verdad personal. Además, el individuo dispone de poderosas herramientas de comunicación para extender su verdad (ya sea la creada por él o aquella a la que afectiva y libremente se adhiere) de manera eficaz, multitudinaria y gratificante emocionalmente.
En este camino de destrucción de las concepciones generales, es decir, de toda traba a la libre acción individualista, se ha ido progresando desde los aspectos más externos (religión, economía) a los más internos (ética personal, verdad), de tal manera que, en estos últimos años, estamos viendo la destrucción de otra de las dualidades aparentemente constitutivas del esquema humano y que se refiere a su mayor intimidad: la diferenciación sexual, o sea, la dualidad Hombre/Mujer.
Postsexo
Se está llegando así a la época postsexo, en la que pronto será cosa del pasado (e irrelevante) el que pueda decirse externamente de una persona si es hombre o mujer. Como en el caso de lo justo, lo verdadero, etc., será únicamente el individuo, según su propio deseo, o sentir particular, a veces momentáneo, el que pueda decidirlo. Y no habrá ninguna instancia, ni ningún concepto generalmente compartido que pueda imponerse a su sentir o deseo individual.
Además, con el triunfo del ultraliberalismo posmoderno, esa decisión individual y soberana sobre la ‘verdad’ de su sexo deberá ser reconocida de inmediato por la sociedad en términos legales, económicos, etc., a despecho de las contradicciones que pudieran surgir entre una realidad objetiva (objetividad que es ya de escaso valor entre nosotros) y el deseo individual soberano, valor supremo a proteger en términos de libertad sin trabas.
Por supuesto que, como ocurre en todo el ámbito de la naturaleza, la división por sexos no abarca al 100% de los individuos, sino que se dan casos de intersexualidad, los cuales son dignos de respeto y protección, pero que no afectan en nada al hecho natural y constitutivo de la especie (y de los mamíferos en general) de la diferenciación sexual dual.
También pueden darse, en el plano psicológico, conflictos de identidad tales que el individuo llegue a afrontar los sacrificios de un complejo proceso quirúrgico, etc… a fin de realizar un cambio de sexo. Igualmente este caso de la transexualidad es digno de apoyo social en función de las posibilidades científicas etc. Al contrario de lo que podría pensarse, la transexualidad no forma parte del ámbito del postsexo posmoderno, sino que pertenece a la era anterior, la moderna, ya que el cambio de sexo no rompe la diferenciación sexual dual, sino que la corrige por medios médicos en determinados casos problemáticos.
El caso de la transexualidad sería comparable, salvando las distancias, al de la conversión religiosa, digamos del cristianismo al islamismo, cambio que no implica una destrucción posmoderna de la verdad como tal, sino una evolución hacia otra verdad, pero tan fuerte como la primera. Siguiendo el ejemplo, sí estaría dentro de lo posmoderno la creación o adhesión individual a cualquier ‘espiritualidad’ caprichosa (que gratifica afectiva y lúdicamente, independiente de su verdad, que es irrelevante): la vibración de las piedras, los enviados venusianos, o la adivinación por el aura. Algo que individuo crea y cree en términos afectivos, individuales, en su mente, sin soporte observable alguno.
Por tanto, en el ámbito del sexo, el postsexo posmoderno no sería el cambio de un polo a otro de una dualidad existente y asumida, sino la huida de esa realidad observable (y por tanto limitante para el individuo ultraliberal posmoderno) mediante la creación mental y lúdica de ‘pseudosexos’ caprichosos, fluidos, líquidos, cambiantes, híbridos etc, etc.
Incluso podría decirse, llevando el paralelismo filosófico al límite, que ese hombre que participa en carreras campo a través como mujer porque ‘en el monte se siente mujer’ está al mismo nivel de posmodernidad (en este caso el terreno del postsexo), que aquel otro terraplanista, o convencido de que Trump es el mesías, ‘porque lo siente muy profundamente en su interior’ (en este segundo caso en el terreno de la posverdad).