Todo lo que reconocemos diariamente pierde enseguida la fuerza de retenernos en su realidad. Al poco, el tiovivo de la mente se impone a la percepción de esas presencias debilitadas por la costumbre.
Sería tan bueno pasear por las calles como si fuéramos turistas… Volver a verlo todo como si llegáramos a una ciudad nueva, cuando nada en nosotros tiene la fuerza de distraernos de ese momento presente vivaz y deslumbrante.
Mirar las casas, la gente; y captarlos plenamente como esos edificios y esas personas, no dejar que los ojos resbalen ciegamente sobre su superficie, sobre sus facetas que nos esperan, siempre cambiantes y renovadas.
Es verdad. Yo juego a hacerlo en mi propia ciudad y es un juego mental increíblemente agradable.
Recuperar la mirada del niño.