en Ficciones, Filosofía

Tomo estas notas aún bajo el impacto de la lectura de Ritmo lento (Martín Gaite), de su fuerza filosófica y de su portentoso final. Ya dejada atrás su época más social, de testimonio, Martín Gaite mostró una gran penetración psicológica en esta obra intemporal -actualísima- sobre la inadaptación a la Gran Costumbre, sobre la dificultad o la imposibilidad o la negativa… a encajar en lo social, en las formas de ser/pensar aceptadas y esperadas por los demás.

David Fuente, el protagonista de Ritmo lento, es así pariente de Horacio Oliveira (de Rayuela, Julio Cortázar) aunque sin la pirotecnia ‘de vanguardia’ y la pedantería culturalista. Y en cierto modo también de Noboru (de El marino que perdió la gracia del mar, Yukio Mishima). En estas novelas (las tres de 1963) se da vueltas, con diferentes tonos o modulaciones a parecida cuestión: el contemporizar o no de lo vital con lo convencional; el transigir o negociar… de una vida más allá del bien y del mal, pura, libre, honesta y real, con el arrastrarse anestesiado del común de los mortales, esclavo de intereses mezquinos, sujeto de renuncias, rencores y autotraiciones. Como era de suponer, este empeño trágico no conducirá precisamente a un final feliz en ninguna de las tres novelas.

Mishima, El marino que perdió la gracia del mar

Mishima, la caída de la gracia

En Mishima, la gracia, la pureza de la aventura, de la vida fuerte y sin reglas impuestas, es la del recio marino. Aquí podría verse un cierto equilibrio entre ese ideal de vida y la realidad, ya que la del marino es a fin de cuentas una profesión existente y viable en el mundo. Pero luego…

«… a Noboru se le empieza a caer el mito. «Con el paso de los días, veía cómo se iba adhiriendo a Ryuji [el marino] otro de los groseros olores de la rutina de tierra: el olor del hogar, el olor de los vecinos, el olor de la paz, de las frituras de pescado, de las bromas, del mobiliario que nunca cambiaba de lugar, de los libros del presupuesto familiar, de las excursiones de fin de semana… Todos los pútridos olores que despiden los hombres que habitan en tierra: el hedor de la muerte». Para Noboru … esta corrupción de lo que el marino simboliza es una traición a sus más altos ideales». (Lorena Álvarez)

Esta caída voluntaria desde el ideal de vida libre a la traición de lo rutinario y consabido, e.e.: la pérdida de la gracia, no podrá sino llevar a una conclusión trágica.

(Curiosamente, la anterior cita trae a la memoria esta otra, de La venganza de Ulzana, película de Robert Aldrich aparecida en 1972, igualmente centrada en los olores: «Ulzana lleva mucho tiempo en la reserva. Ha perdido mucha fuerza. Los olores de su nariz, son los olores de la reserva. Olores viejos. El olor de las mujeres, de los perros, de los niños. Un hombre con viejos olores en la nariz es un hombre viejo. Ulzana ha salido a buscar nuevos olores. Caballos que corren, el olor del fuego, el olor de las balas, dan fuerza».)

Rayuela, el inconformista

En Cortázar, el rechazo a lo establecido lleva a una cierta marginación altiva, meditabunda; a una espiral de embrollos dentro de una vida libre en tanto que desordenada y bohemia. Aquí ya el conflicto no es cosa de todo o nada, como en El marino que perdió…, sino que los días del protagonista navegan dentro de la contradicción, oscilando entre sus extremos:

«…la actitud de mi inconformista se traduce por su rechazo de todo lo que huele a idea recibida, a tradición, a estructura gregaria basada en el miedo y en las ventajas falsamente recíprocas. Podría ser Robinson sin mayor esfuerzo. No es misántropo, pero sólo acepta de hombres y mujeres la parte que no ha sido plastificada por la superestructura social; él mismo tiene medio cuerpo metido en el molde y lo sabe, pero ese saber es activo y no la resignación del que marca el paso. Con su mano libre se abofetea la cara la mayor parte del día, y en los momentos libres abofetea la de los demás, que se lo retribuyen por triplicado». (Rayuela. Capítulo 74)

Esa contradicción, en Rayuela, se lucha por resolverla mediante la reflexión, lo creativo (la Tura) y otras búsquedas que van desde amor hasta la embriaguez. Lo que se persigue es una cierta salida utópica: el ‘derecho de ciudad’ o el ‘kibutz del deseo’ (ideas en las que resuena Fourier). Utopía en la que se anularía la contradicción entre la autenticidad y la vida social. Como es sabido, a medida que el desfase de Oliveira se intensifica, generando todo tipo de conflictos a su alrededor, la existencia del personaje se torna, en el final de Rayuela, problemática.

Ritmo Lento (Martín Gaite)

Ritmo lento (Martín Gaite), la herida de la contradicción

En cuanto a Martín Gaite… Su visión de la necesidad/imposibilidad de encajar en la sociedad es la más dura, la más densa y fundamentada en términos psicológicos y vivenciales, sin la escapatoria de soluciones utópicas, nichos personales o despreocupadas juergas parisinas:

«Mi descontento de entonces se había desplazado completamente de lo personal. Mis problemas me parecían nimios y absurdos y mi continuo malestar lo sentía ya como índice claro de algo que en el mundo no marchaba bien. Sabía que no todo consistía en buscar o dejar de buscar una solución para mí. Ganarse la vida, hacerse a sí mismo no era —como pensaba Bernardo— una panacea sino, en todo caso, una morfina, un arropar y poner a salvo la propia persona, limitarse a ella para cegarle la entrada al dolor. Y yo, a pesar de lo que envidiaba a los que vivían con arreglo a normas establecidas, prefería aquella herida abierta por las contradicciones de un mundo que me negaba a aceptar».

A través de un elaborado rompecabezas biográfico del protagonista, siempre testigo sensible y sufridor, todo aquello que es estúpido e insoportable en el molde social queda desvelado en sus más variadas formulaciones: el trabajo, el dinero, la guerra, el amor, la educación, la familia…

Ritmo Lento (Martín Gaite)

Carmen Martín Gaite

Es una visión que sorprende por la contundencia y por esa negativa del protagonista a salirse de la ‘herida’, de la contradicción (viene aquí a la memoria la voz de Agustín García Calvo, condiscípulo de Carmen Martín Gaite en su juventud, que siempre instaba en efecto a ‘hablar por la herida’). El personaje se niega a la definición, a amoldarse y encajar en uno u otro papel; y eso a pesar del sufrimiento -también culpa- que lo atenaza. Mantiene así la indeterminación de su ser, una disponibilidad por encima de todas las cosas, sin aceptar ninguna importancia (ni siquiera la de su obra como pintor), en una espiral de agudas críticas, sentimientos encontrados, depresión, huida y automarginación, cariños nunca bien expresados, decepciones e incapacidad para conectar realmente con los demás…

Ritmo Lento (Martín Gaite)

Carmen Martín Gaite y Agustín García Calvo, jóvenes

Ritmo Lento (Martín Gaite) sorprende por su modernidad y fuerza psicológica. No es de sus novelas más conocidas, por cierto, aunque resulta frecuente, al menos en España, que un autor se conozca superficialmente por un par de títulos famosos, ‘icónicos’ y luego ya el resto duerma en el olvido. Triste en el caso de esta autora, cuya obra de ficción, así como la ensayística, ofrecen gran riqueza y profundidad.

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Lejos de centrarse en las variopintas anécdotas de la vida real o fantaseada, buenas como entretenimiento -especialmente las relatadas en esos mundos con reglas propias creados por los géneros-, estas tres obras llevan a una reflexión íntima sobre la forma en que hemos decidido vivir, lo que hemos sacrificado a ella; o en qué medida hemos abdicado por presiones externas al uso libre de nuestros días. También nos alertan sobre la necesidad práctica de manejar la contradicción autenticidad/molde social sin caer en lo plastificado y gregario, pero eludiendo lo mejor posible las consecuencias de sufrimiento, trágicas incluso, de la inadaptación.

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