Las ‘buenas historias’
Se caracterizan en particular por la artesanía y la tramoya; lo eficazmente construido y contado (merced a la abundancia de talleres de escritura y de guión) para llevar al lector como en una montaña rusa de emociones hasta el estudiado broche final. Por el contrario, los episodios de la vida no empiezan y terminan así, de acuerdo a los esquemas. Las cosas empiezan y terminan según quieran el azar y/o las cadenas infinitas de causalidad, o sea, el destino.
En la ‘buena historia’ el autor suele ser transparente, o sea que no dice una palabra más alta que otra, ni se sale del tiesto de lo esperado, de lo literario bello-pero-comprensible, así que la historia fluye sola y el lector se ‘olvida’ de que hay alguien contando… Lo cual puede estar bien en algunos casos, pero tampoco con la actitud del furtivo que borra sus huellas después de haber ocultado cuidadosamente la trampa bajo la hojarasca (Piglia?).
Más que las ‘buenas historias’, con su orden fluido y premeditado, pienso que reflejan mejor el mundo rasgos como el caos berlanguiano, el esperpento y los espejos deformantes; la pluralidad y simultaneidad de acciones; lo fragmentario y el collage… También un surrealismo sutil, más de Buñuel que de Breton, en el que el mundo pierde mucho de su sólida realidad, sin dejar por ello de ser reconocible.
Parece mejor no cargarse del todo las técnicas narrativas, porque entonces puede salirte un batiburrillo ilegible (como a Cela en Oficio de tinieblas 5, por ejemplo). Esa artesanía está ahí disponible para usarla cuando interese, para lograr ciertos efectos… En esto, seguir a Sun Tzu: «Hacer que los ejércitos sean capaces de combatir contra los adversarios sin ser derrotado es una cuestión de emplear métodos ortodoxos y métodos heterodoxos«. Es decir, usar las reglas de construcción para conseguir verosimilitud, realidad; y a la vez jugar con ellas, retorcerlas, burlarse de ellas o contravenirlas adecuadamente.
Emociones
Es clave en una ‘buena historia’ que suscite fuertes y variados sentimientos en el lector, emociones irresistibles concentradas a veces en un objeto, en un momento… Como en el coche que se aleja de ‘Los puentes de Madison’ (una ‘buena historia’ donde las haya). Ese tiovivo de sentimientos provocados por la ‘buena historia’ es lo que la convierte en literatura de evasión. Es el ‘olvidarse de todo’, abstraerse de los problemas particulares y generales. Romper esa tendencia escapista con pequeñas o grandes rupturas en la lógica, en la invisibilidad del narrador, en la fluidez narrativa, en lo esperado en definitiva.
Mi impresión es que, salvo algún pequeño margen, están ya todas las historias más que contadas; si bien podemos esperar una infinita serie de variaciones retocadas y maquilladas para que parezcan nuevas y frescas quinceañeras. Contarlas y recontarlas una y otra vez, con las variantes correspondientes a la moda actual, complaciendo así las ansias de emoción / entretenimiento del lector, es la posibilidad artesanal que siempre se nos ofrece… Que se pueda hacer alguna otra cosa, está por ver: ¿revelar quizá algo de esa tramoya, burlarse de ella? A lo mejor mostrar o mencionar algo del horror (del pequeño horror, que es el peor), pero sin patetismos: contado como lo que es: la cosa más natural del mundo.
La escritura melancólica
Con bastante facilidad, al escribir, podemos caer en una actitud en que nuestro narrador está como separado de la realidad mundana, como en una posición ‘artística’ y más elevada por tanto. Esta escritura melancólica (seguramente el nombre está mal elegido…) tiende a dejar de lado lo banal, lo callejero, lo televisivo…, como si fuera o debajo de eso hubiera una realidad más seria o valiosa. O simplemente porque en ese momento el ojo artístico es incapaz de enfocar la efervescencia cotidiana y bastarda. Suelen flotar en el texto sentimientos de nostalgia, tristeza, soledad… A menudo el personaje vagabundea sumido en sus rumiaciones, dando vueltas a sus recuerdos o a su desgracia. Esto suele llevar a un tono de solemnidad poco grato, sobre todo porque es muy fácil caer en él: en mi caso he tirado durante años todo lo que escribía hasta poder, muy parcialmente, librarme de esa tendencia.
Prefiero que los personajes se muevan en la realidad tal cual es (para el común de los mortales), por lo tanto con todos sus componentes pop, los gadgets tecnológicos y mediáticos, y sobre todo con la solidez ontológica del reality show (por eso algunas malas lenguas me han tachacho de ochentero y/o torrentero…).
El monólogo interior (abusivo)
Dar vueltas y vueltas a las cosas y sentimientos: es la escritura neurótica (Marías). Por supuesto los pensamientos de los personajes pueden aparecer en la ficción. Pero cuidado, lo normal es que sean incongruentes, chapuceros, caóticos, regidos por la asociación libre, la condensación, el desplazamiento, la racionalización… que son los verdaderos mecanismos del psiquismo humano. Nada que ver con esos discursos lógicos y bellamente literarios que suelen hacerse pasar por ‘monólogo interior’… Con frecuencia mezclado masivamente con el estilo indirecto libre, da como resultado que la historia no ocurra en el mundo, con personas y cosas…, sino en la mente del personaje, que a fin de cuentas es tramposamente la mente del autor.
Escritura pseudo vanguardista
En cuanto a los experimentos formales: son a veces interesantes y en algunos momentos resultan tentadores. Pero también hay que decir que la deconstrucción de la narrativa, como en el caso de la imagen (el estilo abstracto, por ejemplo), es un proceso viejo ya de muchos decenios, y es terreno abonado para juveniles redescubrimientos del Mediterráneo. Suelen ser bastante torturantes para el lector; lo que implica una falta de respeto hacia él -creo yo-; y para justificarla se requiere cierta megalomanía por parte del autor.
Acción
Por supuesto que a cada uno de nosotros se nos conoce por nuestras acciones, que no suelen ser, por cierto, ni demasiado estéticas ni literarias. Nos pasamos todo el tiempo haciendo cosas; y recordando o pensando, más bien poco. Digo pensando articuladamente, no me refiero a ese dar vueltas a la cabeza, a revivir una y otra vez ciertas escenas que se nos han quedado clavadas… Eso, más bien propio del pensar o del escribir neurótico, me parece preferible evitarlo.
Es ese torbellino de acción lo que es la vida y lo que es la interacción con los demás. Ahí se muestra el verdadero carácter, las verdaderas miserias personales y sociales.
Equilibrio
Me gusta que haya componentes lúdicos en el escribir y en el leer. No centrarse obsesivamente en el sufrimiento ni en la auto-terapia (aunque en cierta parte siempre es terapéutico escribir). Que haya diversión y horror; orden y caos; a veces acción enloquecida, y otras, expresión de la vida interior. Equilibrio también en el sentido social, que se vea cómo son las cosas y el mundo; pero sin caer en lo panfletario e ideológico; o sea maniqueo… Porque todo el mundo es santo y mezquino en determinados momentos; y a veces, simultáneamente.
Incorrección y desparpajo
No es que sea imprescindible en todos los casos…, pero me parece saludable, y da bastante gusto, cargarse lo políticamente correcto y mostrar con crudeza y desparpajo (que es lo contrario a la escritura melancólica):
- La hipocresía, el egoísmo, la falsedad generalizada. Y eso pasa tanto en los malos como entre las víctimas…
- La multiplicidad en el interior de cada persona, la lucha de deseos contrapuestos, los deseos a menudos ‘incorrectos’ y dañinos.
- La constante frustración de planes y deseos.
- El sinsentido que aflora tan fácilmente, lo endeble y pobre de nuestros intentos, individuales o colectivos. de construir algún tipo de sentido…
Me lo leí en su momento y me sigue gustando.
¡Mil gracias, Javi!