Que vivir es un ejercicio triste es algo que he sabido desde siempre.
Carlos Castán
Un fantasma recorre el continente literario estos años iniciales del milenio: el fantasma de la melancolía. Como en la cita que abre el texto, para este personaje representativo de un tipo frecuente de novela actual ‘de la interioridad’ (y también mucho de la narrativa ‘netflix’), la vida es un quehacer agobiante, lleno de dificultades y complejos: «He llegado a este pueblo en soledad y sin una razón clara, huyendo de mi pasado, de mi culpabilidad, de mis traumas. No conozco a nadie aquí, noto que la gente me mira con recelo, y hasta los mínimos detalles se me hacen cuesta arriba. Cae la noche y me siento a la puerta de casa, mirando las luces lejanas, mi espíritu bañado en sentimientos negativos, de vacío, anegado en la melancolía». Valga esta imagen, muy reconocible en la novela actual, como muestra de lo que llamamos escritura melancólica.
Novela actual: Los traumas del pasado
Es esencial notar que la clave de esa melancolía es la orientación hacia el pasado. Con extrema frecuencia, esas experiencias pasadas revisten para el personaje un carácter traumático y representan un obstáculo o lastre para la vida. Y ese lastre, esa incapacidad que arrastra desde su pasado, le impide avanzar, o sea, dejar atrás la depresión, ser capaz de amar (un clásico), acaso fundar una familia, llevar una vida feliz de buen ciudadano, de padre alegre y amigo de sus amigos. O sea, ese ciudadano ‘be happy’ con un lustroso muestrario de perfecciones cotidianas exhibido en las redes sociales.
Así que en la actual novela melancólica (o de trauma y sentimiento) el personaje -y por ende la acción- no se orienta hacia adelante, persiguiendo un objetivo o lanzado a tal o cual aventura; por el contrario lo vemos chapoteando en sus recuerdos, en sus complejos y culpas, en sus tragedias familiares…, mientras su presente permanece detenido, sin una dirección responsable y enérgica. Todas sus peripecias (derrotas o pírricas victorias) tienen el objetivo único de que el atormentado personaje asuma su pasado, acepte sus vivencias, sane sus heridas, renazca de sus tragedias, admita sus limitaciones reales, se perdone a sí mismo… Y entendemos que luego, ya fuera del libro, podrá avanzar hacia la normalidad del ciudadano bien integrado y feliz.
Autoayuda: acéptate a ti mismo
Ante la necesidad imperiosa de dotar a su personaje de un conflicto (obligación en la que insiste todo manual de narrativa o de guión) es raro que surja un conflicto hacia adelante, en positivo, pues ello implicaría responsabilizarse de la situación real, apretar los dientes, y tener la capacidad de crear un nuevo deseo, de inventar una nueva vida. Es más inmediata para el autor melancólico esa operación como psicoanalítica, o de libro de autoayuda, de bucear en el pasado, en los sentimientos estancados, en el victimismo, en la nostalgia tristona o en los remordimientos, de forma que el conflicto no sea sino una necesidad de readaptación, un asumir su ‘mochila’ para dejar de vivir lastrado por el pasado y seguir adelante, seguir ‘su propio camino’ (es decir, el mayoritario). Esta es en resumen la epopeya melancólica de la novela actual.
Además de ser un peso que arrastramos del pasado, los sufrimientos, los traumas incapacitantes, han de estar claramente causados por el mundo exterior, por la sociedad en todas sus manifestaciones. Es decir, por un agente externo e impersonal (o a veces personificado en los sectores sociales que se pretende denostar) que se impone sobre el sujeto presentado como indefenso.
El mundo me hizo así
La familia, como microcosmos de la aplastante injusticia social es un campo privilegiado para el trauma. Abandono o muerte de los padres, orfandad, dificultades materiales en la infancia, diversas desgracias biográficas, accidentes o catástrofes, pobreza del entorno social, relaciones retorcidas con hermanos, malos tratos, suicidios, adicciones, cuestiones de identidad sexual, discriminación a la mujer, violaciones, momentos históricos traumatizantes, misterios familiares no resueltos, fracasos amorosos, agobios domésticos, pérdida de cónyuges o hijos, culpa, remordimientos por acciones u omisiones… Todas estas fuentes de sufrimiento son el alimento del alma melancólica, el conflicto que el personaje deberá superar. Pero no rompiendo hacia adelante, no creando, inventando, un camino autónomo, nuevo… Sino ‘curándose’ en el sentido de una aceptación neoestoica, de procesar y asumir el trauma para seguir con la vida ‘sana’ y mayoritaria.
Novela actual: Tono intimista y tristón
Todo lo anterior dota a la narrativa melancólica de un tono tristón, meditativo, sufridor. Es grato al escritor melancólico mostrar los sentimientos del personaje en la inmovilidad, en el autoanálisis, en la pasividad, en la inacción. Suele darse un regodeo en las desgracias sufridas, en los miedos, en las incapacidades. Y dicho regodeo sentimental busca a menudo la identificación con el lector, que vea éste reflejadas (aumentadas, diseccionadas) sus propias cuitas y que acaso el sufrir compasivo le suponga un alivio. Para todo ello la artesanía narrativa de ‘taller’ es vehículo natural, en especial el monólogo interior y su pariente el estilo indirecto libre. Con estos mimbres empieza a sonar ya la música de la narración melancólica, intimista, de darle muchas vueltas a las cosas, el tono nostálgico, vagamente ‘literario’.
¿Quiere esto decir que el personaje no puede tener pasado? Por supuesto que no: el personaje ciertamente tiene un pasado y puede convenir, en determinado momento, presentarlo como origen de algún rasgo o acción. Pero parece poco recomendable una orientación demasiado uniforme hacia el pasado, un pasado entendido como charca de traumas y victimismos, que es ante todo coartada para la pasividad y la queja.
La otra opción, más sana, enérgica y vitalmente creativa podría ser:
- Personajes, situaciones, mayormente dirigidas hacia delante, hacia la acción.
- Personajes que sepan desear algo propio, crear o inventar nuevos objetivos, nuevas vidas.
- Que avancen con responsabilidad y decisión, eludiendo la queja, el victimismo, el remordimiento. También el darle eternamente vueltas a las cosas, a los problemas, a los recuerdos.
- Que sean capaces de producirse con incorrección y desparpajo, sin plegarse a modas y exigencias sociales, a las ideas mayoritarias.
- Una acción que muestre la falsedad de los fingimientos y pretensiones, ya sean personales o sociales.
- Una acción que revele la pluralidad contradictoria del interior de cada cual, que es a la vez: bueno y malo, víctima y verdugo, racional y pasional…
Nota al margen: ¿La ficción de género escapa a lo melancólico?