1ª parte: Sobre las novelas de Raymond Chandler.
Hacía un tiempo que no conversaba con papá Chandler y me he puesto a releer Adiós, muñeca (1940) en esta edición de Bruguera de 1983 que yo mismo compré nueva, por 300 pesetas, ese año, o acaso el siguiente.
El comienzo del libro me parece fantástico (es el principio de «¡Busquen a la muchacha!» (1937), una de las tres novelitas que Chandler mezcló y engordó para conseguir la novela); como digo, ese inicio lo encuentro realmente brillante, plasma el estilo súper irónico que me encanta desde aquel entonces: un tono sarcástico, casi humorístico a veces, distanciado, basado en agudas e ingeniosas comparaciones (El detective, al despertar tras un porrazo: «Me sentía como una pierna amputada». El gángster gigantón hablando de su novia: «Era pelirroja y tan graciosa como unas bragas de encaje»), y diálogos muy coloquiales, una acción tensa, compacta, que dura al menos los dos primeros capítulos.
Ahora bien, parece que no se puede ser ingenioso todo el tiempo y, poco a poco los constantes símiles, la agudeza en cada descripción…, van haciéndose un poco forzados, y en ocasiones acaban sonando algo rebuscados.
Por otro lado, según pasan las páginas, la acción va embrollándose, al aparecer más y más personajes y subtramas (las de las otras novelitas «canibalizadas»). Además se inician largas conversaciones, que parecen a ratos algo gratuitas. Entre las inagotables vueltas y revueltas y los múltiples personajes que a duras penas recuerda uno quiénes son o qué quieren, el lío crece y llega un momento en que la idea de seguir así todo el resto hasta las 300 páginas empieza a dar un poquito de pereza al lector…
Es la experiencia que siempre he tenido con Chandler, y que se repite en las películas, como El sueño eterno o La dalia azul: él ha plasmado de forma redonda el estilo, el tono, los personajes, las situaciones…, pero luego en las obras largas, la brillantez se desdibuja en un tono más apagado, y el lector se pierde en los recovecos de la historia hasta el punto de no saber al final quién hizo qué ni por qué…
¿Sacrilegio? No lo sé, pero según yo lo veo, las novelas de Chandler son algo desiguales, de trama no muy sólida ni clara, con momentos brillantes y otros algo cansinos, dando a veces cierta sensación de pesadez…
2ª parte: Los relatos: Chandler y los bolsilibros
¿Pudo Raymond Chandler escribir bolsilibros?
Entre 1933 y 1939 Chandler publicó veinte relatos en las revistas Black Mask y Dime Detective. Estos relatos le sirvieron para curtirse como escritor y además luego los reutilizó para remezclarlos, de dos en dos o de tres en tres, y producir así varias de sus novelas largas.
Estos relatos suelen llamarse ‘cuentos’ (como puede verse en mi ejemplar de 1982), lo cual llama a la confusión (se imagina uno que tendrán 10 o 15 páginas…), ya que estas novelitas (así las llamaba Chandler mismo) o novelas cortas tienen entre 15000 y 18000 palabras, una extensión muy similar a los bolsilibros Bruguera.
Chandler y los bolsilibros
Para reencontrarme con este Chandler «bolsilibrista», he releído el relato «Gas de Nevada» (1935). Tiene 80 páginas de libro tamaño normal. No me consta que haya sido «canibalizado» en ninguna novela, por lo que su carácter de novelita se ha mantenido en toda su pureza. Además dicen que es «uno de sus relatos más perfectos».
Y así me lo ha parecido a mí también. El principio es potente, cinematográfico, difícil de igualar. De Ruse, el protagonista, que no es detective sino un jugador, me encanta como personaje, con sus sombras y trucos. No es un héroe profesional y eso es una suerte, pero sabe ser duro y tiene ‘una sonrisa metálica’; por otro lado, en las escenas finales nos da una pequeña sorpresa de ética personal bastante curiosa.
La acción de la novelita es sostenida, dura, tensa, convincente. Cada escena logra una viñeta perfecta, icónica: en el coche, en el club, en el despacho del mafioso, en las habitaciones de casas y hoteles, jugando a la ruleta… Buenos personajes (como Francine, con toda su dualidad moral), también los secundarios, y los diálogos.
Otro hecho interesante es que Chandler no usa aquí su posterior estilo sarcástico, trufado de símiles ingeniosos. Me da la impresión de que estaba entonces más bien bajo la influencia de Hemingway… El estilo es seco, cortante, con nula verborrea en descripciones y diálogos; Un fraseo siempre medido, contundente…
Por último, dada su extensión, existe solo una línea argumental, clara; así que Chandler no nos castiga con su tendencia a la complicación argumental caótica, sino que el lector sigue con normalidad todo el caso, con las distintas motivaciones de los personajes, así como la resolución del mismo.
En resumen, la impresión que me ha dejado «Gas de Nevada» es como la de leer un bolsilibro…, pero excelente, buenísimo, de primera. Un modelo muy logrado, que tantos autores de novelitas desearían alcanzar…
Aquí hay un bonito fragmento de ‘Gas de Nevada’: https://elalmiranteruina.blogspot.com/2012/09/gas-de-nevada.html
Sobre el embrollo argumental incomprensible de algunas obras de Chandler: «Antes que película icónica del cine negro, ‘El sueño eterno’ fue una extraordinaria novela. Cuando el director del filme, Howard Hawks, se enfrentó al guion, escrito nada menos que por William Faulkner, todo un lujazo, intentó despejar una de las múltiples dudas que le planteaba aquella trama un tanto ininteligible y acudió a las fuentes. Llamó a Raymond Chandler, su autor, y preguntó: “¿Quién demonios mató al chófer?”. Chandler no tenía ni idea. No le importaba lo más mínimo».
https://www.epe.es/es/cultura/20230802/sueno-eterno-raymond-chandler-libro-dignifico-pulp-fiction-90537969
Yo tengo el sentir de que Chandler era un ‘bolsilibrista’ sin saberlo, y cuajó su estilo y su genialidad en ‘Black Mask’, luego intentó inflar todo eso que había logrado a base de remezclar novelitas (además de engolando el tono en otras ocasiones), con bastante éxito, la verdad… pero desigual, con lagunas y argumentos que naufragan… (incluso la trama de El sueño eterno’ parece un poco deficiente bien mirada…). Cierto que el realismo no es requisito (aunque él sí lo ha reivindicado en su teoría), pero sí cierta coherencia, al menos en las motivaciones.