en Escribir

El escribir como actividad de agricultor. El escritor siembra su obra y la construye a diario con abonos, instalado sedentariamente junto a ella. La va desarrollando según sus propias leyes de crecimiento, las cuales debe conocer bien y favorecer. Es un conocedor de su morfología, de sus funciones. Debe prevenir o corregir las eventuales malformaciones de la planta, hasta que alcance su estado definitivo, lo más perfecto posible.

El escribir como actividad de cazador-recolector. El escritor vagabundea al acecho de cualquier presa o hallazgo. Recoge todo lo que parezca útil: escenas, frases, historias, gestos, detalles… tanto propios como observados. Recoge de la calle, de las tiendas, de las oficinas. También de los libros, la televisión, los tebeos. El cazador-recolector debe alcanzar un estado mental que le permita reconocer detalles que podrían pasar desapercibidos: un papel viejo, un mueble en la basura, una frase publicitaria, las costumbres o rarezas de sus congéneres, un color, el grito de un mendigo. Con esos materiales no hará un trabajo de jardinería, no regará ni abonará, sino que construirá un artefacto, o más bien un mosaico, juntando las piezas según su capricho -en el que debe tener fe-, sus propias asociaciones y juegos. Unas frases que dijo o escuchó se enlazan con una canción o con un mito griego, la música de un trompetista callejero se transforma en Ascensor para el cadalso… El motor de ese artefacto han de ser las pasiones que mueven a la mezquindad o al precipicio, los desastres sociales y el azar que hace estallar todos nuestros planes.

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